lunes, 27 de agosto de 2007

Obediencia a la autoridad, experimento de Stanley Milgram

Párrafo extraído de: Apuntes de Psicología Social, Nos conviene saber (conformidad con el grupo, obediencia a la autoridad, rol y comportamiento), de Antoni Ramis Caldentey, Octubre de 2002. Traducción castellana: Enero de 2004

Más escalofriante que el anterior resulta este experimento de Stanley Milgram. Esta necesidad de no ser rechazado por el grupo nos hace obedecer a la autoridad del mismo hasta extremos inhumanos y sádicos. Basta ver el comportamiento de algunos soldados israelíes hacia niños palestinos, o el tratamiento de los guardas de Guantánamo a los prisioneros supuestamente Talibanes. O, sin ir tan lejos, el sadismo violento con que algunos de los policías de aquí reprimen manifestaciones pacíficas en favor del Medio ambiente o de la Justicia Social.


El experimento de Milgram consistía en que el sujeto experimental, de acuerdo con las "normas" recibidas de la autoridad del laboratorio, tenía que "castigar" mediante una descarga eléctrica los errores que hiciera un segundo sujeto supuestamente experimental (en realidad un confabulado para poder hacer el primer experimento) en un experimento para analizar su memoria. El primer sujeto, a los mandos de una máquina de castigo conductual, había de aplicar una descarga eléctrica al segundo sujeto cada vez que éste se equivocara en su respuesta. Estas descargas serian de un voltaje creciente a cada error e iban desde unos pocos voltios hasta unas descargas potencialmente mortales. Todos los sujetos experimentales (los que debían castigar) aceptaron su tarea e iban incrementando el potencial de la descarga a cada error del "confabulado" a quien veían a través de una ventana que era espejo al otro lado (confabulado que, realmente, no recibía ningún descarga, pero que hacía una importante comedia de dolor a cada una supuesta), un porcentaje importante llegó a "dar" descargas potencialmente muy graves y ni uno, cuando abandonaba el experimento, fue a socorrer al sujeto castigado.


Desde hace mucho tiempo los psicólogos conductuales y los pedagogos sabemos que los castigos no sirven absolutamente para nada y, en un porcentaje muy elevado, consiguen el efecto contrario al pretendido (ya que los sujetos incapaces de destacar positivamente "buscan" destacar de alguna manera, aunque esta manera suponga un castigo). Lo que es efectivo, para corregir un problema conductual es el razonamiento, el convencimiento, el refuerzo humanista al sujeto y el refuerzo del comportamiento alternativo deseado.


En estos tiempos, tanto en organizaciones políticas supranacionales como en organizaciones educativas hay una proliferación de castigos contraproducentes. O bien la autoridad que los propugna es ignorante (desconoce el efecto contrario al pretendido que produce su comportamiento) o bien es mala (pretende unos objetivos totalmente distintos de los que dice pretender y por los que teóricamente aplica los castigos).


Como dice Philip Zimbardo (probablemente extraído de otro autor) "En la historia de la humanidad se han cometido muchas más barbaridades y atrocidades en aras de la obediencia que en aras de la rebelión".


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